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Dark Reed

Cambios

Las primeras batallas fueron mas bien emboscadas. Entonces nadie sabía que se estaba librando una guerra, sólo notaban que las personas de repente desaparecían. Eran, mas que nada, ataques a los barcos que salían de Fort Lauderdale, Florida, o desapariciones de pesqueros que se aventuraban mas allá de las zonas seguras de los mares de Puerto Rico.

Sin embargo, una vez que los humanos fueron pesados, medidos y juzgados, los ataques comenzaron a mayor escala. Los muertos o desaparecidos aumentaron, las naves se perdían, y el misterio aumentaba. La explicación llegó cuando ya nada podía hacer.se

El dispositivo submarino Ictis Oceanica, un batiscafo estadounidense diseñado para tomar imágenes profundas de las negras aguas al sur de las islas Bermudas, fue el primero en captar a uno de ellos. Los marinos analizarían la cinta una y otra vez, luego de sacar del agua los trozos amarillos del sumergible.

En ella se veía a una creatura alargada, cubierta de un caparazón córneo, rugoso, orgánico, que estaba a su vez contenido parcialmente en una armadura mecánica.

Por aquella época Jorge tenía veintitrés años, estaba enamorado y quería casarse con Andrea, su novia de la preparatoria. Ya habían hablado de eso, y planeaban su futuro en la capital del país, ella diseñadora de modas, él publicista. Sin embargo, sus proyectos debieron de esperar, cuando los Acuáticos salieron de las costas un diciembre, enfundados en sus armaduras de potencia, en sus trajes electrónicos, en sus anfibios de guerra.

Se intentó de todo. Diálogos, balas, bombardeos desde el aire y armas tóxicas. Miles de los suyos caían, pero siempre tenían la ventaja de los números. Si uno de ellos moría, del agua salían dos para reemplazarlo, y antes de morir hacía detonar su armadura y disparaba todas las balas posibles, provocando decenas de bajas humanas.

Las playas dejaron de ser seguras en marzo, pues todas ellas eran usadas como líneas de frente. La humanidad civil se refugió en las montañas. Andrea y Jorge pasaron a formar parte de un grupo de refugiados en la cordillera de los montes Himalayas, llevandose lo poco que podían. La vida era dura, los yaks inmanejables, pero se adaptaban lo mejor que podían. En el interior de las casas, contruídas con madera donada por el gobierno chino a la ONU, su amor se fortaleció. Hacia el octavo mes descubrieron que ella estaba embarazada.

La idea general de establecer los campamentos de refugiados en los Himalayas era que, con criaturas cuya vida basada en el agua, el frío sería una defensa adicional. Sin embargo, era un arma de dos filos. El campamento contaba al inicio con cinco mil personas (al igual que los otros cuarenta campamentos establecidos en sitios estratégicos alrededor del globo), entre médicos, ingenieros civiles y personal militar. Al pasar un año quedaban menos de la mitad. Algunos perecieron por congelamiento, neumonías, caídas de los altos picos. Otros, solo desaparecieron.

Cuando el embarazo de Andrea comenzaba a notarse, al quinto o sexto mes, llegaron noticias. Las fuerzas humanas estaban siendo aniquiladas, ya no habría mas suministros de provisiones, y corrían rumores de que los civiles refugiados serían reclutados obligatoriamente para ayudar a proteger las pocas plazas humanas que quedaban.  Esa noche, Andrea y Jorge robaron un arma, dos yaks y un maletín médico, bajaron la ladera del peligroso K2 y huyeron al este por los fértiles valles hacia territorio chino.

El terreno cambió pronto, de los valles donde aún florecía el arroz y el miso a una fronda perpetua de bambú. La mayor preocupación eran los tigres (habían matado a dos en una semana, y los comieron mientras duraron frescos) y la falta de agua potable. Por donde pasaban las aldeas y ciudades habían sido ya arrasadas. Durante un tiempo vivieron ocultos en las ruinas de los edificios de la vieja capital de Sichuan, Chengdu, subsistiendo de la comida abandonada en las tiendas, en los refugios antibombas, en los búnkers del ejército y, cuando todo eso se acabó, de las ratas y lagartijas.

Durante ese tiempo vivieron sintonizados al mundo con un viejo radio de baterías, un viejo teléfono satelital y la radio de onda corta. Sin embargo, los lejanos murmullos que llegaban del espacio anunciaban los avances de las tropas de los Acuáticos, y su invento mas novedoso: un rastreador de humanos. Allí donde llegaban, encendían el aparato y sabían donde estaban. La noticia la traía un americano que había evitado del radio de acción del aparato por un par de metros. Fue el único sobreviviente.

Todas las noches Andrea y Jorge se tendían en la hierba que rodeaba las ruinas del Monasterio Wenshu, encendían la radio y el teléfono satelital y se comunicaban con los pocos sobrevivientes humanos del mundo. Cuando nació su hijo, el mundo entero lo supo, y decidieron ponerle un nombre. Alexander.

Con el paso de las semanas, más y más Acuáticos salieron de las profundidades del Triángulo de las Bermudas, decididos a erradicar a la plaga humana. Los Budas rotos de Wenshu nos daban cierta protección, y los cientos de edificios (ahora llenos de basura, por el paso de miles de refugiados) estaban llenos de basura, de sangre, de cadáveres, de ratas, zorros  e insectos.

Con el tiempo las transmisiones se fueron apagando, cada vez menos gente en la línea, y (suponían) en el mundo. Lo lamentaron mucho, pero no había nada que pudieran hacer. Proseguían su vida de siempre, Jorge incluso había cavando un canal que llevaba agua desde una tubería rota a una fuente del templo, y Andrea había empezado a criar ratas para tener "comida limpia".

Era de noche cuando los Acuáticos llegaron, y Jorge, Andrea y Alexander dormían. Jorge alcanzó a percibir un zumbido eléctrico, y vió el rayo naranja que le apuntaba. El rayo hendió el aire dos veces más, y entonces sólo quedaron sobre la Tierra los crustáceos, enfundados en sus armaduras brillantes, proclamando la gloria del Imperio Sub-Acuático.

Poco a poco, las cucarachas fueron desapareciendo de la habitación donde los tres últimos cadáveres humanos sen enfriaban, para dejar el terreno libre a la nueva especie dominante en la Tierra.

2 comentarios

Ricardo A. Cabral -

¡Es una historia digna de un rodaje de película.. qué redacción!

ella -


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