El psicólogo se encontraba sentado en su silla de siempre. La habitación, una réplica de los consultorios de los psiquiatras privados del mundo entero, era íntima, oscura, hogareña. Podría haber sido (y de hecho era) una oficina de psiquiatra de cualquier parte del mundo. Una alfombra verde mullía los pasos de los pacientes, y un diván negro permitía al entrevistado en turno, el escritor Dark R. Reed, explayarse sobre su vida.
- Se encuentra cómodo?
- Sí doctor, gracias.
-Antes de empezar, hay algo que pueda hacer para que se sienta cómodo?
- Puede cerrar las persianas? La luz ha llegado a molestarme los últimos días.
El doctor se levantó y jaló del mecanismo que cerraba las persianas, dejando sólo la luz necesaria para poder tomar notas en su vieja libreta verdinegra. Inmediatamente después anotó la petición. Podía significar algo.
- Y bien, señor Reed, comenzaremos con una pequeña entrevista. ¿Ha llenado ya el formulario que le dió mi secretaria? oh, bien, gracias, haga el favor de dármelo. - Echó una ojeada sobre los datos personales. Sin embargo, al verlos empezó a sentir como si éstos no fueran importantes, y su mente los desechó segundos después.- Bien señor Reed, dígame, ¿qué lo trae por acá?
- No lo sé realmente doctor. Verá, ultimamente he empezado a sentirme extraño. La vida ya no es todo lo rara que era...
- Mmmm... a qué se refiere?
- Verá doctor, yo soy escritor aficionado y estoy estudiando una carrera universitaria. Siempre he tenido muy buena imaginación, y era siempre capaz de sacar una solución novedosa para cada cosa que surgía mientras escribía. Un personaje, una situación, una explicación que resolvía todo, pero ahora.... Bueno, no se me ocurre nada. - La mirada de desesperación de su rostro delataba que aquello era importante. El doctor tomó nota.
- Bueno, no veo el problema, seguramente será usted muy bueno para otras cosas. En la vida no todo es escribir. Qué tal si por ejemplo intenta practicar algún deporte? Tocar un instrumento? El baile es un buen método para sacar el estrés...
- No lo entiende doctor? Escribir es mi vida... No puedo dejar de escribír.... invento una historia, y quiero ver como acabará... es más, he construído personajes o mundos completos para una historia, los voy detallando tanto que al final me convenzo de que existen. Y claro, a veces pienso en ellos y me pregunto cómo les estará llendo, y de repente estoy sentado de nuevo frente al teclado, escribiendo, y me sorprendod e lo mucho que avanzan con sus vidas y personalidades mientars no estoy. Y las descripciones son otra cosa. Puedo oler, ver, sentir todo lo que ellos sienten, saborear las comidas, saber lo que piensan incluso los animales que tienen cerca...
- Eso raya en la obsesión...
- Y sin embargo son importantes. Por ejemplo, sin ir mas lejos, si yo no lo hiciera, usted no existiría.- Una sonrisa macabra se dibujó en los labios del escritor.- Yo lo estoy imaginando ahora...
- Tanto que mejor, tanto que mejor -dijo el psicólogo, dejando sorprendido a Reed.- Supongo que entonces podré hablar con usted respecto a algunas cosas que me han preocupado en los últimos minutos.
- ¿A qué se refiere? - Dijo Reed, aún sin poder creer que el galeno se tomara el asunto tan natural - Qué quiere decir con eso?
- Pues - Dijo el doctor, arrellanandose en un sillón- por ejemplo eso... "Dijo el doctor"... Una acotación perfecta, con la cual caigo en cuenta de que uisted no se ha molestado en ponerme un nombre. ¿Por qué? ¿Soy acaso para usted uno de esos "personajes" o herramientas creativas que lo resuelven todo? ¿No merezco acaso una pequeña cantidad de tiempo de descripción para usted? No ha dicho como son mis rasgos, y me ha hecho olvidar los suyos. Veo que para usted el anonimato es importante. ¿Por qué? Digo, evidentemente usted se toma el trabajo de publicar esta historia, y le gusta el reconocimiento de los que lo leen. Entonces, ¿por qué desea permanecer anónimo?
- Bien, entonces iré describiendole a usted lo que me ha pedido. -Dijo Reed, adoptando una actitud altanera. - Primero, me ha pedido un nombre. Bien, le pondré uno, el que a mí me guste. Se llama usted desde ahora el doctor Pinder. Edward Pinder. Nació en una pequeña aldea agrícola cerca de la capital del país, vio morir a su padre al caerse del techo del granero mientras sufría un ataque de esquizofrenia, y su madre se volvió a casar poco despues con un granjero de nombre Phineas. La tragedia de su padre lo hizo resolverse a estudiar psicología, y cursó la carrera con honores. Después de eso puso su propio consultorio, se casó con su novia de la Universidad, Jenny -Mientras pronunciaba el nombre de Jenny, una fotografía de una hermosa rubia de mediana edad apareció sobre un escritorio de madera amarillenta que el doctor habría jurado que un momento antes no estaba en la habitación. El doctor se acercó a contemplarlo. La madera estaba sólo barnizada, y la falta de pintura permitía apreciar las vetas de las tablas, y un grano café en el centro. - Adelante, puede inspeccionarlo.
Edward Pinder abrió los cajones. Era un escritorio magnífico, por cierto, imaginado con todo detalle. En el cajón superior incuso había algunos utensilios personales, como un peine de plástico negro, un cepillo de dientes un poco usado, tres bolígrafos de distintos colores, un trozo de papel higiénico arrugado y la llave que abría los cajones inferiores, donde después de batallar un poco con la cerradura, el doctor Pinder encontró los archivos de pacientes anteriores.
-Asombroso. Sin embargo, permítame inconformarme. Yo nunca quise ser psicólogo... La verdad, deseaba aprende a programar computadoras. Y no me gustan las rubias.
-Usted será lo que yo quiero que sea. - Dijo Reed, un poco enfadado - ¿Se imagina como jugará golf si le falta un brazo... digamos, perdido en un accidente de avión hace unos años?. Y la calvicie, claro... esa es por herencia, todos del lado de su padre son calvos. -Una sonrisa le decía al doctor Pinder que Reed sería capaz de cumplirlo. Decidió abordar el tema de otra forma.
- Y bién... ¿en qué le beneficiaría eso, señor Reed?
- Lo haría mas interesante como personaje. La gente quiere leer sobre las desdichas de otros... No hay un solo libro que comienze con la frase "y fueron felices para siempre". A la gente le gusta leer los problemas de otros para olvidar los suyos.
- Bueno, en ese caso, si es usted tan bueno para crear historias, por que desea el anonimato?
- No sé... tal vez me falta autoestima. Tal vez piense que si tengo fama, o amor, o felicidad, tarde o temprano dejaré de estar en contacto con esa parte depresiva que me permite onocer los sentimientos de la gente.
- ¿Usted lo cree realmente así?
- Ya me pasó una vez. Así que, por el momento, pienso hacerlo tan desgraciado como pueda. Tal vez a la gente le agrade.
Lo que Reed no recordaba era que sus personajes eran tan buenos, que cuando dejaba de concentrarse en ellos hacían cosas que él nunca se hubiera imaginado que hacían. Sin que Reed se diera cuenta, el doctor se lanzó sobre él y le apretó el cuello, con una mirada salvaje en los ojos.
- Déjeme ser libre al fín, no quiero ser psicólogo... No quiero... no quiero .-Decía Pinder, mientras apretaba mas y mas fuerte. En cierto momento Dark vió una mirada de triunfo en los ojos del doctor, y supo que éste había extraído de sus recuerdos la forma en que los soldados le rompían a sus enemigos el cuello. Sintió un repentino tirón en el cue