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Dark Reed

El Dark Optimista

Hoy sentí de nuevo una sensación muerta hace mucho, que no pensaba que reviviera en mí. Un burbujear en el pecho, un borbotón de sentimientos cálidos, un amor profundísimo por la humanidad en general. El deseo de ser un ente sobrenatural, el de poder curar, el deseo de anestesiar, de hacer olvidar el dolor, de dar amor de todas las formas imaginables, de dar tranquilidad y felicidad. El deseo de curar a las personas que sufren, que pierden diariamente, de reconfortar a quienes se saben deshauciados, de interrumpir por un día, por unos minutos, el círculo de la vida.

El deseo de permitir a todos alimentarse del sol, de la tierra, del amor. Como en la película Cocoon, el deseo de poder comunicarme con ráfagas de sentimiento puro, de "compartirme" íntimamente en una unión más profunda que la de la carne y el semen y la saliva y el sudor y todos los demás fluídos. Un momento Zen que se prolongue unos días, unas horas, unos minutos aunque sea.

Sin embargo, sé que no lo haré. Sé que lo que deseo está fuera de mi alcanze, de que nadie puede hacerlo. El amor a la vida que siento no es sino mi pan de cada día, un pan del que no he comido, pero que sigo oliendo y tratando de ignorar. Y es que es doloroso que tus sentimientos se desvanezcan al contacto con la realidad. Que el fuego del amor se apague, que no queden sino los rescoldos y las cenizas, que tengas que tragarte la fantasía del bienestar. Es mi lado de escritor el que me dice que la vida no es así. Que mis fantasías de deidad benigna no son sino la imaginación que vaga por mi mente, el eco de cientos de películas, de noches de ver el sufrimiento en los noticieros de último minuto. Mi lado cínico, mi lado Dark, despierta entonces.

Ya he dicho que no soy el tipo de dark que cree en el diablo, aquél que reza de su biblia negra por las noches, el que sacrifica animales, el que se viste de negro, se tatúa y se maquilla. Soy un dark por dentro, aquél que sabe que el amanecer que vé sólo traerá otra larga noche. Aquél que debido a su conocimiento de la gente, del alma de las personas, de las leyes de la vida, sabe que su felicidad no durará, que las luces del día borrarán sus sueños, que las ilusiones se desvanecerán tarde o temprano, y sólo quedará la maldita luz que lo ilumina todo, que lo despoja de su romanticismo, de la duda, de la posibilidad de que lo que ve sea algo diferente.

Creo en la gente, en que trata de hacer lo posible por su bienestar, en las buenas intenciones. Sin embargo, también soy capaz de ver, como leí en uno de los cuentos de Perro de Luz, de Gerardo Sifuentes, que "es increíble la cantidad de maldad que la gente guarda en su corazón con tal de alcanzar la felicidad". La gente hará lo que sea por ser feliz, y es entonces que su alma, esa vela de la noche, lanza una luz que oscurece más cuanto más cerca esté de otras luces.

El escribir no pondrá la comida en mi mesa. Tendré que trabajar como todos para seguir existiendo. La creatividad de mi alma se verá enfocada hacia nuevas formas de satisfacer mis necesidades, de ganar más dinero, de mantener unida a una familia, de perder mi individualidad para mantener girando los engranes de un sistema del que nadie puede sustraerse. Y aunque no pueda vivir de escribir, seguiré haciendolo, no como trabajo, sino como una forma de compartir mi amor a la humanidad, de comunicar sentimientos puros, de curar a las personas que sufren, que pierden diariamente, de reconfortar a quienes se saben deshauciados, de interrumpir por un día, por unos minutos, el círculo de la vida...

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