Blogia
Dark Reed

Literatura

Pájaros en la cabeza

Toda la vida fue Juan un soñador. La vida se le iba en hacer los planos de construcción de sus castillos en el aire.

- ¡No tienes más que pájaros en la cabeza! - decía doña Antonia, su madre, que trabajaba para los dos- Algún día tendremos que irnos a vivir de la beneficencia, con este hijo soñador que el Señor me ha dado.

No es que Juan no ganara dinero. Vendía algunos textos al editor de "El Extra de la tarde", que los incuía en la edición semanal de literatura, siempre que Juan conseguía terminar alguno de los cientos de cuentos en los que siempre estaba trabajando.

El hombre que nació con un corazón que no late, la abuela que le lega a su nieta su gigoló favorito, el robot que navegaba las estrellas a control remoto, el Dios amateur que no consigue un mundo a su gusto... cientos de personajes suspensos en los mundos sin terminar, pasajeros en el ocupado aeropuerto ideológico del escritor. Todos estos personajes se vendían a centavo la palabra, pero los pesos que Juan reunía no se destinaban a la casa. Iban a parar a locos proyectos artísticos, que Juan nunca vendía sino que ejecutaba gratuitamente con el afan de ganar notoriedad.

- Cuando uno es famoso el dinero viene sólo- decía a su madre, quien sólo meneaba la cabeza, como quien sabe que tiene un hijo loco, deseando morirse en un horrible accidente para dejarle al vástago idiota el dinero del seguro de vida. De otro modo, moriría de hambre en un mundo materialista que no aceptaba que le pagaran con ideas y palabras.


Sin embargo, en los últimos meses de su vida Juan se veía cambiado. Seguía escribiendo, pero su carácter, normalmente festivo y ocurrente, había dado la vuelta completamente. Comía poco, pasaba horas sentado frente a su escritorio, regando tinta por las páginas que más tarde vendería. Sin embargo, avanzaba lento, como si la pluma usara zapatos de cemento, pues estaba concentrado en cada ruido.  Se sobresaltaba al escuchar los ruidos en el patio de su casa, se pasaba las noches sin dormir, exigía a su madre una dieta de silencio y dejó de beber café por no soportar el silbido de la cafetera.


Ya con los nervios destrozados, Juan entregó al editor el último rimero de páginas, recibió el cheque y subió al mirador del tercer piso. Luego, saltó.

Hay quien asegura haber visto salir del cuerpo hecho pulpa de Juan un pájaro pequeño y dorado, con un penacho en la cabeza y una larga cola, que se dirigió al Sol dejando un rastro de llamas tras de sí, y se perdió en las alturas. Y entre los restos destrozados del cráneo de Juan, un nido de paja y una sola pluma...

Cambios

Las primeras batallas fueron mas bien emboscadas. Entonces nadie sabía que se estaba librando una guerra, sólo notaban que las personas de repente desaparecían. Eran, mas que nada, ataques a los barcos que salían de Fort Lauderdale, Florida, o desapariciones de pesqueros que se aventuraban mas allá de las zonas seguras de los mares de Puerto Rico.

Sin embargo, una vez que los humanos fueron pesados, medidos y juzgados, los ataques comenzaron a mayor escala. Los muertos o desaparecidos aumentaron, las naves se perdían, y el misterio aumentaba. La explicación llegó cuando ya nada podía hacer.se

El dispositivo submarino Ictis Oceanica, un batiscafo estadounidense diseñado para tomar imágenes profundas de las negras aguas al sur de las islas Bermudas, fue el primero en captar a uno de ellos. Los marinos analizarían la cinta una y otra vez, luego de sacar del agua los trozos amarillos del sumergible.

En ella se veía a una creatura alargada, cubierta de un caparazón córneo, rugoso, orgánico, que estaba a su vez contenido parcialmente en una armadura mecánica.

Por aquella época Jorge tenía veintitrés años, estaba enamorado y quería casarse con Andrea, su novia de la preparatoria. Ya habían hablado de eso, y planeaban su futuro en la capital del país, ella diseñadora de modas, él publicista. Sin embargo, sus proyectos debieron de esperar, cuando los Acuáticos salieron de las costas un diciembre, enfundados en sus armaduras de potencia, en sus trajes electrónicos, en sus anfibios de guerra.

Se intentó de todo. Diálogos, balas, bombardeos desde el aire y armas tóxicas. Miles de los suyos caían, pero siempre tenían la ventaja de los números. Si uno de ellos moría, del agua salían dos para reemplazarlo, y antes de morir hacía detonar su armadura y disparaba todas las balas posibles, provocando decenas de bajas humanas.

Las playas dejaron de ser seguras en marzo, pues todas ellas eran usadas como líneas de frente. La humanidad civil se refugió en las montañas. Andrea y Jorge pasaron a formar parte de un grupo de refugiados en la cordillera de los montes Himalayas, llevandose lo poco que podían. La vida era dura, los yaks inmanejables, pero se adaptaban lo mejor que podían. En el interior de las casas, contruídas con madera donada por el gobierno chino a la ONU, su amor se fortaleció. Hacia el octavo mes descubrieron que ella estaba embarazada.

La idea general de establecer los campamentos de refugiados en los Himalayas era que, con criaturas cuya vida basada en el agua, el frío sería una defensa adicional. Sin embargo, era un arma de dos filos. El campamento contaba al inicio con cinco mil personas (al igual que los otros cuarenta campamentos establecidos en sitios estratégicos alrededor del globo), entre médicos, ingenieros civiles y personal militar. Al pasar un año quedaban menos de la mitad. Algunos perecieron por congelamiento, neumonías, caídas de los altos picos. Otros, solo desaparecieron.

Cuando el embarazo de Andrea comenzaba a notarse, al quinto o sexto mes, llegaron noticias. Las fuerzas humanas estaban siendo aniquiladas, ya no habría mas suministros de provisiones, y corrían rumores de que los civiles refugiados serían reclutados obligatoriamente para ayudar a proteger las pocas plazas humanas que quedaban.  Esa noche, Andrea y Jorge robaron un arma, dos yaks y un maletín médico, bajaron la ladera del peligroso K2 y huyeron al este por los fértiles valles hacia territorio chino.

El terreno cambió pronto, de los valles donde aún florecía el arroz y el miso a una fronda perpetua de bambú. La mayor preocupación eran los tigres (habían matado a dos en una semana, y los comieron mientras duraron frescos) y la falta de agua potable. Por donde pasaban las aldeas y ciudades habían sido ya arrasadas. Durante un tiempo vivieron ocultos en las ruinas de los edificios de la vieja capital de Sichuan, Chengdu, subsistiendo de la comida abandonada en las tiendas, en los refugios antibombas, en los búnkers del ejército y, cuando todo eso se acabó, de las ratas y lagartijas.

Durante ese tiempo vivieron sintonizados al mundo con un viejo radio de baterías, un viejo teléfono satelital y la radio de onda corta. Sin embargo, los lejanos murmullos que llegaban del espacio anunciaban los avances de las tropas de los Acuáticos, y su invento mas novedoso: un rastreador de humanos. Allí donde llegaban, encendían el aparato y sabían donde estaban. La noticia la traía un americano que había evitado del radio de acción del aparato por un par de metros. Fue el único sobreviviente.

Todas las noches Andrea y Jorge se tendían en la hierba que rodeaba las ruinas del Monasterio Wenshu, encendían la radio y el teléfono satelital y se comunicaban con los pocos sobrevivientes humanos del mundo. Cuando nació su hijo, el mundo entero lo supo, y decidieron ponerle un nombre. Alexander.

Con el paso de las semanas, más y más Acuáticos salieron de las profundidades del Triángulo de las Bermudas, decididos a erradicar a la plaga humana. Los Budas rotos de Wenshu nos daban cierta protección, y los cientos de edificios (ahora llenos de basura, por el paso de miles de refugiados) estaban llenos de basura, de sangre, de cadáveres, de ratas, zorros  e insectos.

Con el tiempo las transmisiones se fueron apagando, cada vez menos gente en la línea, y (suponían) en el mundo. Lo lamentaron mucho, pero no había nada que pudieran hacer. Proseguían su vida de siempre, Jorge incluso había cavando un canal que llevaba agua desde una tubería rota a una fuente del templo, y Andrea había empezado a criar ratas para tener "comida limpia".

Era de noche cuando los Acuáticos llegaron, y Jorge, Andrea y Alexander dormían. Jorge alcanzó a percibir un zumbido eléctrico, y vió el rayo naranja que le apuntaba. El rayo hendió el aire dos veces más, y entonces sólo quedaron sobre la Tierra los crustáceos, enfundados en sus armaduras brillantes, proclamando la gloria del Imperio Sub-Acuático.

Poco a poco, las cucarachas fueron desapareciendo de la habitación donde los tres últimos cadáveres humanos sen enfriaban, para dejar el terreno libre a la nueva especie dominante en la Tierra.

Autoentrevista a un escritor (por un psicólogo) 27/08/08

El psicólogo se encontraba sentado en su silla de siempre. La habitación, una réplica de los consultorios de los psiquiatras privados del mundo entero, era íntima, oscura, hogareña. Podría haber sido (y de hecho era) una oficina de psiquiatra de cualquier parte del mundo. Una alfombra verde mullía los pasos de los pacientes, y un diván negro permitía al entrevistado en turno, el escritor Dark R. Reed, explayarse sobre su vida.

- Se encuentra cómodo?

- Sí doctor, gracias.

-Antes de empezar, hay algo que pueda hacer para que se sienta cómodo?

- Puede cerrar las persianas? La luz ha llegado a molestarme los últimos días.

El doctor se levantó y jaló del mecanismo que cerraba las persianas, dejando sólo la luz necesaria para poder tomar notas en su vieja libreta verdinegra. Inmediatamente después anotó la petición. Podía significar algo.

- Y bien, señor Reed, comenzaremos con una pequeña entrevista. ¿Ha llenado ya el formulario que le dió mi secretaria? oh, bien, gracias, haga el favor de dármelo. - Echó una ojeada sobre los datos personales. Sin embargo, al verlos empezó a sentir como si éstos no fueran importantes, y su mente los desechó segundos después.- Bien señor Reed, dígame, ¿qué lo trae por acá?

- No lo sé realmente doctor. Verá, ultimamente he empezado a sentirme extraño. La vida ya no es todo lo rara que era...

- Mmmm... a qué se refiere?

- Verá doctor, yo soy escritor aficionado y estoy estudiando una carrera universitaria. Siempre he tenido muy buena imaginación, y era siempre capaz de sacar una solución novedosa para cada cosa que surgía mientras escribía. Un personaje, una situación, una explicación que resolvía todo, pero ahora.... Bueno, no se me ocurre nada. - La mirada de desesperación de su rostro delataba que aquello era importante. El doctor tomó nota.

- Bueno, no veo el problema, seguramente será usted muy bueno para otras cosas. En la vida no todo es escribir. Qué tal si por ejemplo intenta practicar algún deporte? Tocar un instrumento? El baile es un buen método para sacar el estrés...

- No lo entiende doctor? Escribir es mi vida... No puedo dejar de escribír.... invento una historia, y quiero ver como acabará... es más, he construído personajes o mundos completos para una historia, los voy detallando tanto que al final me convenzo de que existen. Y claro, a veces pienso en ellos y me pregunto cómo les estará llendo, y de repente estoy sentado de nuevo frente al teclado, escribiendo, y me sorprendod e lo mucho que avanzan con sus vidas y personalidades mientars no estoy. Y las descripciones son otra cosa. Puedo oler, ver, sentir todo lo que ellos sienten, saborear las comidas, saber lo que piensan incluso los animales que tienen cerca...

- Eso raya en la obsesión...

- Y sin embargo son importantes. Por ejemplo, sin ir mas lejos, si yo no lo hiciera, usted no existiría.- Una sonrisa macabra se dibujó en los labios del escritor.- Yo lo estoy imaginando ahora...

- Tanto que mejor, tanto que mejor -dijo el psicólogo, dejando sorprendido a Reed.- Supongo que entonces podré hablar con usted respecto a algunas cosas que me han preocupado en los últimos minutos.

- ¿A qué se refiere? - Dijo Reed, aún sin poder creer que el galeno se tomara el asunto tan natural - Qué quiere decir con eso?

- Pues - Dijo el doctor, arrellanandose en un sillón- por ejemplo eso... "Dijo el doctor"... Una acotación perfecta, con la cual caigo en cuenta de que uisted no se ha molestado en ponerme un nombre. ¿Por qué? ¿Soy acaso para usted uno de esos "personajes" o herramientas creativas que lo resuelven todo? ¿No merezco acaso una pequeña cantidad de tiempo de descripción para usted? No ha dicho como son mis rasgos, y me ha hecho olvidar los suyos. Veo que para usted el anonimato es importante. ¿Por qué? Digo, evidentemente usted se toma el trabajo de publicar esta historia, y le gusta el reconocimiento de los que lo leen. Entonces, ¿por qué desea permanecer anónimo?

- Bien, entonces iré describiendole a usted lo que me ha pedido. -Dijo Reed, adoptando una actitud altanera. - Primero, me ha pedido un nombre. Bien, le pondré uno, el que a mí me guste. Se llama usted desde ahora el doctor Pinder. Edward Pinder. Nació en una pequeña aldea agrícola cerca de la capital del país, vio morir a su padre al caerse del techo del granero mientras sufría un ataque de esquizofrenia, y su madre se volvió a casar poco despues con un granjero de nombre Phineas. La tragedia de su padre lo hizo resolverse a estudiar psicología, y cursó la carrera con honores. Después de eso puso su propio consultorio, se casó con su novia de la Universidad, Jenny -Mientras pronunciaba el nombre de Jenny, una fotografía de una hermosa rubia de mediana edad apareció sobre un escritorio de madera amarillenta que el doctor habría jurado que un momento antes no estaba en la habitación. El doctor se acercó a contemplarlo. La madera estaba sólo barnizada, y la falta de pintura permitía apreciar las vetas de las tablas, y un grano café en el centro. - Adelante, puede inspeccionarlo.

Edward Pinder abrió los cajones. Era un escritorio magnífico, por cierto, imaginado con todo detalle. En el cajón superior incuso había algunos utensilios personales, como un peine de plástico negro, un cepillo de dientes un poco usado, tres bolígrafos de distintos colores, un trozo de papel higiénico arrugado y la llave que abría los cajones inferiores, donde después de batallar un poco con la cerradura, el doctor Pinder encontró los archivos de pacientes anteriores.

-Asombroso. Sin embargo, permítame inconformarme. Yo nunca quise ser psicólogo... La verdad, deseaba aprende a programar computadoras. Y no me gustan las rubias.

-Usted será lo que yo quiero que sea. - Dijo Reed, un poco enfadado - ¿Se imagina como jugará golf si le falta un brazo... digamos, perdido en un accidente de avión hace unos años?. Y la calvicie, claro... esa es por herencia, todos del lado de su padre son calvos. -Una sonrisa le decía al doctor Pinder que Reed sería capaz de cumplirlo. Decidió abordar el tema de otra forma.

- Y bién... ¿en qué le beneficiaría eso, señor Reed?

- Lo haría mas interesante como personaje. La gente quiere leer sobre las desdichas de otros... No hay un solo libro que comienze con la frase "y fueron felices para siempre". A la gente le gusta leer los problemas de otros para olvidar los suyos.

- Bueno, en ese caso, si es usted tan bueno para crear historias, por que desea el anonimato?

- No sé... tal vez me falta autoestima. Tal vez piense que si tengo fama, o amor, o felicidad, tarde o temprano dejaré de estar en contacto con esa parte depresiva que me permite onocer los sentimientos de la gente.

- ¿Usted lo cree realmente así?

- Ya me pasó una vez. Así que, por el momento, pienso hacerlo tan desgraciado como pueda. Tal vez a la gente le agrade.

Lo que Reed no recordaba era que sus personajes eran tan buenos, que cuando dejaba de concentrarse en ellos hacían cosas que él nunca se hubiera imaginado que hacían. Sin que Reed se diera cuenta, el doctor se lanzó sobre él y le apretó el cuello, con una mirada salvaje en los ojos.

- Déjeme ser libre al fín, no quiero ser psicólogo... No quiero... no quiero .-Decía Pinder, mientras apretaba mas y mas fuerte. En cierto momento Dark vió una mirada de triunfo en los ojos del doctor, y supo que éste había extraído de sus recuerdos la forma en que los soldados le rompían a sus enemigos el cuello. Sintió un repentino tirón en el cue

 

Así me pasa siempre

De mercenario de amores

ya otras veces he ejercido

pues la desgracia he vencido

y ya pasadas las peores

dice la dama de amores

que ya no soy requerido.

 

¿Es que acaso no he cumplido

con liberar de la reja

a la beldad que se queja?

¿Cuál recompensa he tenido

tras haberles ofrecido

mi alma en una bandeja?

 

Tan solo verlas marchar

con almas y pies ligeros

con apuestos caballeros

que, sin salir a luchar

se aprestan a cosechar

lo que a mí me cuesta el cuero

 

No hay razón que dé sustento

a que siempre sucediera.

Le pido a Dios que quisiera

que si mi amor doy a cien

y esas cien me hacen desdén

otra haya que si lo quiera.

Publicando por fin lo que todos querían leer

La historia de Dana Hare, como fue imaginada originalmente.

Por si no se dieron cuenta, los fragmentos que aparecían en algunos de los primeros artículos venían en citas bibliográficas de un libro. Este libro NO EXISTE. Sin embargo, la historia de Dana Hare merece ser contada. Para ello se ha creado el weblog

Navegando el Mar de Lágrimas

el cual cuenta ya con dos posts.

Se actualizará en breve, y tal vez incluso una vez a la semana...

 

Disfrutenlo

Yo soy la luz...

Aguardo solo la luz del Sol. El justiciero Sol, que me traerá la liberación. Los he matado a todos. Acabé con cada uno, casi sin esfuerzo. Ahora vendrá mi recompensa, la ansiada libertad...

 Mi no-vida fue casi tan mala como mi vida. Los gritos de mi madre hacia mi drogadicto padre, sus llantos después de las golpizas, la abuela pudriéndose en una cama, víctima de la diabetes no atendida... En cambio, el clan me acogió entre ellos, pero debí acostumbrarme a las luchas de poder, a huír, a los ataques de otros clanes... Casi puedo sentir latir mi conrazón denuevo... estoy muy cansado. Si tuviera sangre a la mano volverían mis fuerzas, pero mi último frasco fue destrozado por una de las balas del príncipe. De todas formas, mi cuerpo debe quedar aquí, cuidar que los cadaveres no vuelvan a la vida antes de que salga el sol...

Quisiera saber cómo será... Me admitirá el cielo después de haberme alimentado de la sangre de los vivos? Considerarán dedención o traición el haber matado a todo mi grupo?... Ahh... empieza a amanecer...

Siento como la luz me va quemando... sus rayos destrozan mi carne putrefacta y mis organos licuados por el tiempo... Tan podrido por dentro como por fuera...

 

Veo los cuerpos en llamas de los vampiros más ancianos, inmóviles, conscientes pero dignos, cuando aceptan que el fin ha llegado. Un poco mas desesperados, gritando, cegados aún por una flasa inmortalidad, los más jóvenend aúllan mientras el sol convierte sus miembros en cenizas.

 El dolor... el liberador dolor. el dolor que anuncia la vida, el nacimiento y renacimiento... Por fin vuelvo a ver rl sol. Las sombras escapan de mi alma. Mis dedos se incendian... Yo soy el combustible que empapó a mi raza...

 Yo soy la Luz...

Una de dragones

Es la historia de un caballero medieval. Un hombre de la legión de dragoneros del reino de Atma, entrenado para combatir contra los ardientes dragones rojos y los venenosos dragones verdes. El elegido por los dragones metálicos (Dorado, plateado, cobrizo, oropel, platinado) contra sus contrapartes cromáticos (Rojo, verde, negro, azul, blanco).

El consejo había asignando a su miembro mas viejo (El dorado Far'laghn) como montura del caballero. Abos guiarían los alados ejércitos hacia la victoria o la muerte...

 Como regalo y ayuda se le dió al jinete la poderosa espada, custodiada por los guerreros dragones, "Bahamut", llamada también "DragonSlayer". Las leyendas dicen que el mismísimo rey de los dragones, transfigurado en hombre, la había forjado con el fuego líquido de su respiración, y la habíua usado para moldear de un cubo de mithril a la Tarrasca, el juez de los dragones.

 

Llegose el día. Salieron al atardecer, el sol poniente reluciendo en escamas y armaduras. Un gritod e guerra llenó el aire. Los dragones alados despegaron, mientras los terrestres corrían al encuentro del enemigo. Los campos de batalla rugieron con actividad. En el aire, dorado y rojo entrelazaba sus lenguas de llamas, que se perfilaban contra el cielo estrellado y fundían las rocas cuando tocaban tierra. En los desiertos sonaban los coletazos y mordidas de los dragones cobre y amarillo. Los pantanos crujían bajo las patas del dragón negro, cuyo aliento ácido disolvía los cadáveres en los que se apoyaba el dragón platinado.

 El dragonero no podía mas... Far'laghn estaba cansado, sus alas rasgadas y sus garras rotas, mientras el dragón rojo se precipitaba en picada... El último aliento de Far'laghn... el cono de llamas... avanzando...

Guerrero y montura aterrizando sobre el destrozado dragón rojo...

Paraíso Personal

Se encuentran, se miran, uno frente al otro. Mudos. Blanca ella, negro él. Igualmente sus ropas, y a la par de éstas, las espadas en sus manos. Muchas imágenes, muchas bancas, muchas miradas tiernas. Cabellos rubios hay sobre el rostro de ella, ondulados y largos, mientras que él los sufre negros y lacios.

Ambos altos y garbosos, en mitad de la iglesia vacía. La luna llena los baña de reflejos a través de los sacros vitrales. Las espadas brillan, halos surgen de ellas, luego se apagan y caen al suelo, perseguidas de cerca por las ropas de ambos. Se acercan, se tocan, se huelen. Sus alientos danzan, se juntan y se dispersan en el frío ambiente.

- Has venido- le susurra a ella al oído- No debiste. Te descubrirá.
- No me importa- le responde, mordisqueando su oreja – No podrán detenernos.

Él la mira, y en sus ojos azules descubre su firme decisión. Ella solo ve en los de él el apoyo que necesita. Saben que no pueden escapar, y aún así se esconden. Las alas de ambos se cierran mutuamente, arropándolos. Dentro de su capullo se besan apasionadamente. El pecho de ella se enciende. Blanca luz sale de adentro. Una esfera de luz abandona su ser. Del pecho de él negra luz se desprende y una negra esfera se proyecta fuera de su cuerpo. Ambas luces se funden y danzan, se tocan y se alejan, elevándose y ascendiendo y volviéndose a juntar después. Se tornan ambas de un mismo color gris, mientras sus cuerpos beben sus mutuos alientos. Vuelven a sus respectivos dueños. Las luces se apagan, y en su lugar quedan sangrantes heridas. Sus ojos brillan y sus labios ríen. El dolor es insoportable, pero ambos lo disimulan, sus lenguas limpian la hemorragia. Sonríen y se dejan caer al suelo. Disfrutan de los instantes en que se miran a los ojos, hipnotizados por el reflejo de los vitrales de los santos. Ella piensa y derrama una lágrima. Él ve el remordimiento en su mirada, le acaricia el rostro y le limpia el cálido líquido que corre por su mejilla. Mira sus labios, sus pómulos rosados, la besa tiernamente y le da refugio en su hombro. Ella se desahoga:

- Deberíamos de ser enemigos. Míranos, nosotros, aquí. ¿Qué dirían los que nos conocen? - musita, y sus largas alas blancas se abren y se pliegan a su espalda
- Sabes que no somos culpables. No pesa sobre nuestras cabezas que no puedan llevarse bien unos con otros. Nos acusarían de traidores. Nos separarían. A nadie traicionamos. No es nuestra batalla.
- No pueden alejarnos. No si cambiamos. ¿Cambiarías toda tu vida por mí? ¿Dejarías atrás todo en lo que haz creído?
- Tú lo haz hecho ya por mí. Y tu tenías mucho más qué perder. Si haz hecho eso por mí ¿Realmente me amas, pequeña?
- ¿Lo dudas, acaso?- ella levanta una ceja provocativamente. El la emula, sonriendo.
- Quiero oírte decirlo
- Sí, te amo, y como yo, mi amor por ti es puro. ¿Y me amas tú?
- Daría por ti lo que no tenía. Volvería a hundirme en lo más profundo de los infiernos si es que tuviera que seguirte hasta allá.
- Pero ¿me amas? ¿uno como tú puede amar? Mi padre no es el tuyo. Tú no tienes alma, no naciste con ella...
- Y sin embargo, tú has creado en mí una. Algo que va más allá de la pasión, del solo instinto. Pero tú... ¿por qué me has seguido, por qué has cambiado por mí tu Edén?

Ella entonces se puso seria. Se sentó frente al altar y paseó su mirada por la cruz. El solo la miraba, desnuda, bañada por la luz de la luna. Ella, sintiendo la mirada del Cristo, volteó a ver al demonio, y vio el mismo amor y ternura en ambos. Dijo entonces:

- Yo fui hecha por Dios, mi padre, para amar. ¿Es acaso mi culpa amar al que no debo? – Su rostro denuncia turbación, y sus lágrimas escurren por él y ruedan sobre sus blancos pechos, cayendo sobre sus níveas piernas. – El amor es ciego. ¿Por qué me está prohibido amarte? ¿No fue Dios mismo quién dijo: Amad a vuestro prójimo?
- Yo soy creación de los Infiernos, soy cúlmen de los pecados, y aún así, amo. Te amo a ti, y nadie podrá cambiarlo. No puedo explicarlo, pero en tu presencia mis instintos se apaciguan. Si de algo soy culpable, es de amar. Podemos pedir perdón, si lo deseas, por ese delito, pero pecaremos de reincidencia después.

Entonces se abrazan. Los labios se buscan. Las lenguas se tocan y las campanas de la iglesia suenan, marcando las seis. El frío es terrible, pero los cuerpos, unidos, no lo sienten. Así, amándose, rezan silenciosamente el Yo Pecador, al unísono, lentamente, y sus mentes se pierden el la quinta campanada. Nunca llegará la sexta, pues las campanas se congelan siguiendo la voluntad de los cielos, y así los amantes tendrán entre los prójimos labios su paraíso personal. El tiempo se detiene, y el Cristo sonríe siendo el mudo testigo de una verdad simple pero contundente:
LOS OPUESTOS SE ATRAEN.

La filosofía como tal

(En respuesta a un tal Marco, que comentó el post anterior si existe la filosofía pop. Marco, tal vez hayas querido hacerme quedar mal, pero haces buenas preguntas)

Mira, etimológicamente la filosofía no es más que la doctrina del pensamiento. Es la religión de las ideas. Es sognifica que cualquier pendejo (con todo respeto) que pase un poquito de tiempo leyendo, y otro poquito de tiempo pensando, puede ser llamado filósofo. Pues no. Para ser filósofo tienes que ver las distintas partes de la vida. Tienes que pensar a profundidad por que las cosas suceden, por que los arboles caen, por que la gente hace esto o aquello.

Para esto se necesita un alma sencilla, y pocos filosofan mejor que el niño y el analfabeta, pues normalmnte el primero empieza a conocer la vida, y el segundo solo conoce el dolor.

Almas como esas se encuantran desde siempre en pueblos sencillos, perot abién en ciudades complicadas. Así que en respuesta a tu pregunta, sí. Sí puede existir la filosofía Pop, pero solo si aceptamos que Pop es un acrónimo de popular, esto es, la filosofía saliendo de la punta de los humildes dedos del pueblo. Claro, en este sentido la filosofía tiende a desdibujar sus contornos, y entonces hay filosofía en las canciones de Arjona y en los versos de Nervo, en las pinturas de Dalí y en la plática de los vagabundos. El ejemplo más claro de esta "filosofía popular" son los libros del mexicano Carlos Cuahutemoc Sanchez (Volar sobre el pantano, Juventud en Éxtrasis I y II) que la verdad a mí me parece filosofía barata y sin sentido. Pero bueno, hay quien lo compra. En contraparte, con filosofía pop muy buena está Pablo Cohello El Alquimista, El demonio y la señorita Prym que me ha parecido excelente.

Tù Tienes El Control

By Dark Reed

El hombre se arrodillò ante la mujer. Era joven e inexperto, pero tenìa tesòn y sabìa lo que querìa:

- Quiero el poder. Quiero dejar de vivir en esta triste realidad, esta absurda mezcla de verdades y de aburridas personas. Son gente que sufre. Piensan demasiado, quiero aliviarlas.

La mujer, sin pestañear siquiera, respondiò con esa voz cansina y grave que da la experiencia:

- No. Esto ya sucediò una vez, todo el mundo lo lamentaba y tuvimos que cortarlo de raìz...
- Y estamos mejor ahora? No... Vivimos hundidos en la amargura, pensando solo en nosotros. No podemos quitarnos de encima la carga que tenemos sobre nuestras cabezas, y que nuestros pensamientos van agrandando segundo a segundo. Si pudieramos sòlo dejar de pensar... Si pudieramos volver a ser...
- ...Bestias? -interrumpiò la anciana, cuyo cuerpo habìa resistido muchas nevadas, ahora instaladas en lo alto de su cabeza.- ¿Volver al estado primigenio?
- Al jardìn del Edèn de las leyendas. Al dejar de pensar voluntariamente, estarìamos hurgando en nuestras gargantas, vomitarìamos el fruto del Àrbol de la Ciencia, del Bien y del Mal. Intentemoslo siquiera...

La anciana asintiò amargamente, rindiendose ante la idea, sabedora que confiaba el destino de la humanidad en una persona. Èl sintiò por primera vez que tenìa el control en sus manos. Rapidamente oprimió el botón rojo, y todos los televisores del mundo se encendieron. Un satélite se puso enlinea y vomitó transmisiones al mundo. Los receptores, antes silentes, descargaban comedias y telenovelas. Un mar de ojos voltearon a los receptores. Y comenzó la caída...

Amargo

Amargo es el sabor de una vida que se desperdicia
Que va al negro espacio, vacío.
Barriendo con todo, yendo a la inmundicia
Tiene de testigo solo al ojo mío

Amargo el sabor de nulas fuertes risas
De amorosos brazos, que no lo sostendrán
No hay preocupaciones, y tampoco prisas
Ni esas esperanzas que no se cumplirán

Ella apenas floreciendo
Y yo despertando ya a la vida
Los dos tan jóvenes y ya muriendo

Si me ve hacia abajo ella se vuelve loca
Y no me levanto hasta verla tendida
Y entonces limpio el rojo de mi boca

Y Esperar...

Por Dark Reed

Estoy enamorado de un ángel que no vuela, tan ciego y sordo como yo. Ha caído de la gracia de su padre, aquél que perdonó a una humanidad pecadora no pudo comprender su pequeño “error”.
Quiso ser más hermosa que Dios, y trató de fabricar la vida. Su castigo fue ser expulsada del Edén donde vivía, y lanzada a un mundo frío y hostil, donde fue tentada por demonios y pecado. La vida que había creado llenó por un tiempo su vida de luz, pero se extinguió poco después debido a su naturaleza mortal, que no había recibido un soplo divino. Trató en vano de revivirla, pero la fuerza que antes poseía ya no estaba con ella. Así pues, vagó sola por el mundo, sufriendo.

Su sufrimiento fue tan insoportable que pensó en volver al cielo. La luz del Sol sería su testigo, y un barranco cercano le permitiría alzar el vuelo. Su inmolación fue frustrada por un montón de hojas sobre las que aterrizó. Su vida no ha sido sencilla. Trata de alimentarse como puede, sufriendo por un ala rota. La otra está completa, pero tan falta de uso que ya no recuerda como moverla.



Así vaga por la vida, llorando en el hombro de algún amigo, comiendo de donde puede obtener aquello que necesita. La conocí un octubre, y la melancolía la mataba. Pensaba en volver al barranco. La alimenté, le di un hombro donde llorar, y se alejó entonces. Trataba de encontrar el poder para volver al Edén. Quisiera decir que volverá, más no tengo la seguridad, sino una leve esperanza.



Solo me quedó de ella una pluma, pequeña, pero del blanco más puro. Mi único consuelo es ver ese pequeño recuerdo suyo. Tal vez vaya a buscarla al barranco, pero mientas tanto solo puedo ver pasar en tiempo a través de mi ventana. Y esperar...

La Prisión Perfecta

Por Dark Reed

Nunca construyas una prisión de donde no puedas escapar. Era su frase favorita, pero aún así la ignoró. Son raras las cosas que pasan en este pequeño esferoide de aleaciones minerales al que llamamos mundo. Se había pasado su vida encerrando personas en sus prisiones, cada una única y hecha a la medida. Cada una perfecta. Varias veces estuvo a punto de quedar encerrado, pero siempre había una puerta, un hueco, una llave maestra que le permitía salir.



Las más peligrosas fueron las primeras. La inexperiencia lo hacía tener errores que ahora consideraría ridículos, pequeños tropiezos en el camino a la celda perfecta. Solo atrapaba en ellas a aquellas personas a quienes consideraba dignas. Le parecía sucio el trabajo de los mercenarios, quienes atrapaban a quien fuera por una recompensa que les duraba tan poco tiempo. Él se encargaba personalmente...



Varias celdas se habían cerrado sobre sus presas, y un pequeño álbum le recordaba sus pasadas victorias. Muchas víctimas se sentían halagadas de haber sido atrapadas por él, pero la sonrisa no les duraba mucho. Él entendía por qué. A él mismo no le duraba mucho la satisfacción, y entonces tenía que buscar a alguien que llenara el hueco de la siguiente cárcel. Y ahora, él mismo encerrado la trampa que forjó.



Había estado tan emocionado... Una presa esquiva había reavivado la emoción de la cacería, recordándole aquellos momentos de su juventud, cuando se aventuraba entre las sombras de los callejones, entre los autos viejos y destartalados, buscando refugio en los quicios de las puertas con la única intención de tender la celada perfecta, el golpe definitivo o simplemente tantear el terreno para satisfacer esas ansias que sentía de llenar el vacío en aquella cárcel.



Había empezado a los diecisiete años, soslayado por una sociedad que le prohibía cazar en el papel, pero en la acción simplemente volteaba hacia otro lado. Si había problemas con la autoridad, solo tenía que esgrimir una de sus armas favoritas. Un billete de doscientos acallaba la ley, y casi nadie se resistía al dinero en esos tiempos.
Ahora, a sus cuarenta años, no necesitaba ese tipo de trapicheos. Obtuvo un permiso de la sociedad para cazar personas. ¿Importa realmente cuantas salgan lastimadas? Si él tomaba lo que nadie quería, lo que el resto de la sociedad desechaba, ¿Podían realmente culparlo? Tal vez ellos hayan hecho lo mismo alguna vez. La cacería de personas había estado de moda algunos siglos atrás, practicada por la burguesía. En esos tiempos jóvenes y señoritas se disputaban las mejores presas.



De vez en cuando da una vuelta por sus forzados dominios, sintiéndose desesperado y extrañamente sonriente. Es la hora de pasar revista. Su carcelera le sonríe. Una mujer. Atrapado por una mujer, encerrado contra su voluntad en una prisión de la cuál el había construido los planos.



Ella había sido astuta. Evadía las trampas con gran facilidad, las carnadas que él le ponía no parecían ser de su interés, e incluso las persecuciones por la ciudad la aburrían.



Se escondía en donde le era a él más difícil actuar. Sabía que él cazaba entre las sombras. Lo había estudiado pacientemente sin ser observada, midiendo, calculando. Lo veía actuar en sus cacerías, siguiendo sus hazañas y llevando la misma cuenta de presas que él. Sabía, contados por amigos cercanos a él, los relatos de sus últimas cacerías, conocía que el número de víctimas ascendía a cerca de ciento doce, sabía que sus cotos de caza estaba entre las zonas del centro, y que la oscuridad lo cobijaba. Tal vez por eso se escondía entre la luz, donde él no sabía actuar, donde ella era ama y señora y él solo podía mirarla de lejos, escondido en las penumbras.



Pero todas las luces crean sombras. No pasó mucho tiempo antes de que él la midiera, sopesando su inteligencia y audacia, calculando su recompensa si lograba atraparla. El interés lo movía, y la fama que ella tenía de inatrapable y fugaz le deparaba una reputación sin límites.



Sus colegas se burlaban de él. Le contaban como la habían seguido, cómo la tentaban con joyas, con delitos varios, y su comida favorita: la carne humana. Es bien sabido que en algunas culturas un entretenimiento totalmente legal es devorarse unos a otros, y que las mujeres son las que más disfrutan masticando a sus congéneres. Las razones principales de estos actos, como la envidia, los celos y el simple desprecio no parecían tener cabida en el corazón de ella, pero aún así, la carne humana la tentaba. Y él quiso probar suerte. Se ganó su confianza, un pecado a la vez, cada vez más cerca de las sombras.



Es cerca de mediodía y ella se da otra vuelta. Le lleva un poco de alimento y sonriendo, cura las heridas que le ha causado durante el proceso de su captura. Y pensar que él había creado el instrumento de su perdición, la perfumada pero espinosa cárcel de la que ahora era huésped permanente. Los cimientos de esta construcción podían ser débiles al principio, pero al estudiar a la que habría de ser su huésped original decidió reforzarlos. Incluso había llegado a temerle un par de ocasiones, cuando ella lo hirió en un enfrentamiento, pero eso solo le sugería que ella era alguien digna de su respeto. Su sentencia fue vaga e incierta, justo como las que él había dictado a sus víctimas anteriores.



Al recordar cómo fue atrapado, envuelto en una red untada de miel, lo corroe un extraño sentimiento, mezcla de vergüenza y de orgullo. Un orgullo de jugador honorable, aquél que se sabe perdido y se dispone a pagar su apuesta. Ella lo reconforta, tratándolo con un cariño que hasta el momento él no conocía, pues había pasado su vida buscando otro tipo premios, enfrascado en la cacería por simple deporte, sin ver las implicaciones. Incluso se siente feliz de haber sido capturado por alguien tan hábil. Ya era tiempo.



Ella sabe tan bien como él que lo tiene en la palma de la mano, débil como un gato recién nacido, y está dispuesta a hacerle pagar el precio. Lo tiene prisionero en la cárcel de su propio corazón, el cuál él creía haber dominado, y ahora, a sus cuarenta, enamorado como un chiquillo.
No existe la prisión perfecta, pero el rompecorazones más grande del mundo ha logrado fabricarse una a la medida, y encima, se ha tragado la llave.

El Violín Rojo

Por Dark Reed

Un día, mucho tiempo hace, fue fabricado un violín. No era un violín cualquiera, pues estaba hecho de madera de sauce llorón, cortada de los pantanos lúgubres de la Tierra de los Muertos, en una noche de luna nueva. Lo talló un hechicero resentido, practicante de la nigromancia y poseedor de los secretos de las almas torturadas. Para hacer el cuello del instrumento usó madera de ataúd, fue de hueso el arco, y cabellos arrancados de vírgenes degolladas eran sus cuerdas, dorada una como la luz del día, roja otra como el fuego del infierno, castaña la tercera como la tierra mojada, y negra la última, del color del vacío donde las almas vagan sin poder regresar a este mundo y poder llegar al otro. Durante días trabajó este hechicero, y las noches se sucedían, cómplices mudas del trabajo de aquel hombre que igual capturaba la belleza de las lágrimas de amor, que los lamentos de las almas que no encontrarán la paz hasta el Día del Juicio. Dentro de él las ánimas entraban, depositando sus recuerdos, quedando atrapadas bajo la piel del mago, forzadas a transmitirle el amor, la soledad y la ira que aún contenían. Y fue una noche de luna llena que terminó el trabajo exterior y continuó con la última parte. Grabó ilegibles runas y pronunció palabras oscuras, llamando a los demonios, juntando a todas las almas de la Tierra de los Muertos, a aquellas que vagan aún sin encontrar descanso, y las encerró en ese violín. Tomó entonces una negra daga, forrada de piel de serpiente, y parándose frente al fuego eterno la enterró en su pecho, cayendo la sangre sobre el violín. De esta manera transfirió su negra alma al instrumento, y con ella los recuerdos y esencias de aquellas que bajo su piel había enterrado. Con sus últimas fuerzas tomó una brocha mojada en sangre y cubrió con ella enteramente el violín a modo de barniz, de contenedor de las emociones, y su último aliento se encargó de secarlo.



Entonces quiso la desgracia que, después de mucho tiempo, pasase por allí un bardo o juglar, perdido. Había ido a parar a aquél lugar siguiendo una liebre que habría de ser su cena, pero el animal se había refugiado dentro de un casa cuya podrida puerta habíale servido de entrada. Vio el hombre humo en la chimenea y, pensando que dentro podría pedir comida o donde pasar la noche, traspasó el umbral y hallóse con el cadáver seco y sin pudrir del brujo negro. Años hacía que las llamas ardían y no parecían bajar su intensidad. El polvo y las telarañas cubrían piso y paredes. Queriendo escapar de aquél lugar iba el desdichado a aproximarse a la puerta, cuando su mirada se topó con el violín. Rojo, brillante y de buena madera, resultaba cautivador. “Este pobre hombre ya no lo necesitará, y tal vez pueda con él procurarme unas monedas” pensó “el lugar está abandonado, y no creo que nadie lo eche en falta”. Así que lo guardó cuidadosamente en su morral de cuero y salió de aquél pantanal.



Al día siguiente, caminando por la campiña, divisó a lo lejos un pueblito, y pensando que podría allí ganarse unas monedas, dirigió sus pasos hacia él. Al llegar a la plaza sacó su flauta, tocando la alegre tonada que un pastor de cabras le enseñara, luego su arpa, comprada en un lejano puerto que en su juventud había visitado, y haciéndose acompañar por sus cuerdas entonó un cántico de alabanza a los dioses. Fue inútil, pues el territorio de ese pueblo pertenecía a un tirano ante el cual todo aquél que de sus tierras y pobladores recibiera beneficio debía pagar impuesto. Así pues, los dioses sólo pudieron oír la mitad de su melodía, siendo esta cortada por el sonido de la guardia del señor. Inútil fue su intención de cobrar algún dinero al bardo, pues el pobre nada poseía sino lo que encima llevaba, y así fue como el bardo fue a parar al sótano de la abadía mas próxima.



Triste por su suerte el bardo estaba, a más de hambriento, y al oír los cánticos de los monjes y las profundas notas del órgano lo invadió la tristeza, la soledad y el recuerdo de su pueblo, del cual había salido mucho tiempo atrás. Movido por el sentimiento, sacó de nuevo la flauta y volcó sus penas en ella. Las notas flotaban, tristes y cansadas, y con estas penas a cuestas llegaron a los oídos del abad, que encerrado en su celda meditaba sobre la pobreza del mundo mientras bebía de su Cáliz de oro. Las piedras de su anillo brillaban con la mortecina luz de la tarde, derramando luces sobre sus brocados y su capa de armiño púrpura. Y fue entonces que el abad, movido por la curiosidad, caminó por la abadía entera, pasando por las cocinas donde se horneaba el faisán para la cena, luego por la capilla, donde los marcos de oro de las pinturas multiplicaban la luz de los candelabros de plata y oro que, adornados con diamantes, iluminaban la imagen donde Jesucristo el humilde, cubierto solo con una manta, moría en la agonía de los pobres. Gente pobre que en la villa residía estaba también allí, cubiertos de sucios harapos, piojosos algunos, malolientes otros, y al oír el dulce sonido de la flauta creyeron que eran las trompetas de los ángeles que venían por fin, anunciando el fin de los azotes, el fin del hambre, la enfermedad y el sufrimiento. Y desta guisa quedaron algunos postrados frente al Cristo, y los otros de rodillas, y los que así no hicieron cayeron muertos en medio de la sala, con una sonrisa en sus labios.



Detúvose el abad a contemplarlos unos segundos, y continuó caminando por los sótanos, siguiendo el sonido de la flauta, hasta llegar al calabozo del bardo. Asomóse por la reja de la puerta, haciendo un sonido que alertó al bardo. “No os preocupéis, hijo, y seguid tocando” dijo con voz plácida y dulce. “No puedo, padre” se quejó aquél ”no puedo porque vacío está mi estómago, seca mi garganta y húmedos mis ojos de tanto llorar. Igual de húmeda es esta celda, y triste mi alma. No es modo ese de seguir tocando, porque ¿cómo cantar la belleza del Sol, cuando no se ven sino las penumbras?”

Entonces el abad se puso serio, y enojado dijo “Tocarás, por que este mundo del que disfrutas fue creado por el Altísimo, y el don del que gozas te fue dado por Él para agradar a los que tus penas comparten. Si lo que quieres es salir de aquí, tendrás que tocar. Y no solo para mí, sino para el gobernante de estas tierras, y para el de las tierras vecinas, que está de visita.” Y habiendo dicho así salió de la celda, no sin antes prometer que le sería dada una audiencia con el gobernante. Una miserable cena le fue servida al anochecer, mientras olía en el aire el faisán de la cena del carcelero, y el dulce aroma del vino fue reemplazado por un agua amarga que le fue dada en un sucio vaso de madera. Solo el frío le sirvió de abrigo esa noche, y las ratas compartieron su cama.



A la mañana siguiente se le ofreció un baño caliente, un poco de pan con queso y una túnica de algodón, con la cual debía presentarse ante la corte. Luego fue conducido ante los señores, y frente a trono cantó, tocó la flauta y bailó. El tirano no quedó conforme, y entonces le pidió que compusiera una canción sobre su tierra. Y entonces el bardo dijo ”Señor, su reino no es digno siquiera de tres notas de mi flauta, pues está lleno de armados perros que, a la menor orden de esos buitres de negras plumas y blancos cuellos caen sobre el inocente y lo destrozan para hartarse de su sangre, mientras los buitres comen del fruto del trabajo de otros y guardan las partes menos buenas para sus perros y las mejores para halagar a la rata que los gobierna”.

El tirano monta en cólera, roja tornase su cara y blancos sus puños, y por esa osadía y esa humillación manda dar cien azotes al bardo. Temerosa está la gente en la plaza, y al tiempo orgullosa de aquél que ha dicho lo que todos piensan pero nadie dice. Viene el verdugo (otro admirador, pero obligado por su deber al fin y al cabo), y tomando el látigo lo levanta en el aire. Al quinto golpe brota la sangre, y para el décimo hallábase ya el potro cubierto de ella. Apenas puede el pobre soportar los cien sin desmayarse, y entonces es liberado por el verdugo. Su viejo y ajado morral de cuero es depositado frente al él, pero no lo nota.



Abandonan todos la plaza entonces, a excepción de una mujer y su hija. Con cuidado lo levantan, lo llevan a su casa y curan sus heridas. Dos días permanece inconsciente. El tercer día despierta. El sol está en su cenit. Una pobre sopa hierve en una olla puesta al fuego. La niña juega afuera, mientras la mujer barre y tararea. Rubia es ella, y su cara está marcada por el tiempo, la tristeza y las desgracias. Aún así, sus ojos son distintos. En sus ojos está la esperanza y la alegría por la vida. Todo esto ve el bardo de un solo vistazo, pues para el alma de un artista un vistazo es suficiente. Cuando se recupera, emprende el viaje de nuevo. La mujer le da un poco de comida. No es mucha, pero es todo lo que pueden darle. La niña le ha dado una guirnalda de flores, un beso y una mirada de admiración.



Camina el hombre por la campiña, cazando lo que puede y vendiendo su arte a cambio de techo y comida. Bebe en los arroyos y duerme bajo las estrellas. La tierra se va volviendo más dura y áspera a medida que se aproxima a las montañas, y al cruzar una de ellas cae enfermo. La garganta le quema. Las piernas apenas le obedecen. Encuentra una cueva, prepara un fuego y se sienta sobre una roca. No quiere morir sin ver de nuevo su patria, pero habrá que resignarse. Hay luna llena.



En los cielos se ve una nube, y en esta nube está posado un ángel. Él sabe el origen del violín. Este violín no ha sido nunca tocado, sus cuerdas no han emitido sonido alguno (todavía), pero sabe que el bardo lo tocará esta noche. Hay regocijo también en los infiernos. El alma de este artista es apreciada en todos lados, y todos quieren hacerse con ella.



En efecto, el bardo saca cuidadosamente el violín de un estuche de cuero, y acomodándolo entre hombro y mentón se dispone a estrenarlo, cuando ve una sombra. Esta sombra se desvanece luego, pero él siente su aliento fétido junto al oído izquierdo. La voz le murmura al oído una sola palabra: “DOLOR”



Entonces surgen imágenes en su mente, y el aire se llena de una violenta y rápida melodía, cargada de odio, tristeza, añoranza y dolor. Y la música se oye a muchas leguas de distancia, y hace temblar la tierra y soplar el viento, y las almas atrapadas en el violín cantan con voces oscuras, y gritan y lloran y gruñen. Y la música hace llorar a la gente, y provoca la inquietud de los animales y hace que las piedras suelten lágrimas de las que se forman manantiales enteros.

Y el corazón de la tierra se ablandó, y los castillos cayeron. La luna se puso del color de la sangre. Lobos invisibles aullaban a la distancia. Y las lágrimas caían de los ojos del artista, se acumulaban en sus mejillas y caían a sus pies. Entonces abrió la boca, y cantó. Cantó las desgracias y las penas, cantó el encierro y los azotes, cantó el odio a aquellos que se llenan de riquezas sin importarles el sino de los pobres. Y el cielo se llenó de negras nubes, y los rayos cayeron, y las piedras se rajaron y se abrió la tierra. El fuego comienza a salir de aquél abismo.



A punto está el hombre de terminar con sus males y arrojarse al infierno, cundo ve por el rabillo del ojo una brillante luz. La luz desapareció, pero sentía su aliento fresco junto al oído derecho. La voz murmura entonces una sola palabra: “Alegría”.

Y el hombre detiene el arco a la mitad de un compás, y espera. Su mente le muestra imágenes de la niña, su casa, la guirnalda de flores, la tierra del artista, y entonces cambia el ritmo. Ahora es un canto alegre, y las voces del violín se apaciguan, y ahora cantan la alegría de la vida y la calidez del sol, y la voz del bardo se les une, y canta la frescura del agua y la tranquilidad del campo. Y su canción habla de las noches de luna en las que los amantes se reúnen bajo los árboles. Y las nubes se parten para dejar pasar a la luna llena, luminosa y bella, y los árboles florecen y los animales se acuestan a escucharlo en la fina hierba cubierta de rocío. Y flota la paz y la alegría en la montaña, y la voz del hombre y las voces del violín son lo único que se escucha. La fresca brisa arrastra las suaves y dulces notas hasta ciudades de los reinos vecinos, haciendo a los niños dormir tranquilos, a los hombres soñar con su hogar y a las jóvenes con sus enamorados.



Entonces de entre las nubes sale un rayo de luz que baña al bardo. Sus dolores se calman, la fiebre desaparece. Se siente rodeado de una calidez extraña. El violín empieza a brillar. Luces salen de su cubierta. Brilla como el oro, como los diamantes, como los espejos. La cubierta roja se vuelve azul. Las cuerdas hechas de cabello se parten en dos. El arco se siente pesado. El bardo no puede más y lo deja caer, junto con el violín. El violín entonces brilla con luz cegadora, se pone blanco. Sus contornos desaparecen. Las voces de las almas atrapadas empiezan a sonar, quedo primero, fuerte después y las almas brillan y vuelan hacia la luz en el cielo unidas en un bello cántico.



Al amanecer, un guardabosques encuentra al bardo, aún con vida. Sus piernas están heladas, sus manos rígidas y su piel azul. En sus labios amoratados solo se ve una sonrisa, y una lágrima congelada hay en sus ojos. Solo puede decir “Mi obra maestra”. Y expira.