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Dark Reed

Paraíso Personal

Se encuentran, se miran, uno frente al otro. Mudos. Blanca ella, negro él. Igualmente sus ropas, y a la par de éstas, las espadas en sus manos. Muchas imágenes, muchas bancas, muchas miradas tiernas. Cabellos rubios hay sobre el rostro de ella, ondulados y largos, mientras que él los sufre negros y lacios.

Ambos altos y garbosos, en mitad de la iglesia vacía. La luna llena los baña de reflejos a través de los sacros vitrales. Las espadas brillan, halos surgen de ellas, luego se apagan y caen al suelo, perseguidas de cerca por las ropas de ambos. Se acercan, se tocan, se huelen. Sus alientos danzan, se juntan y se dispersan en el frío ambiente.

- Has venido- le susurra a ella al oído- No debiste. Te descubrirá.
- No me importa- le responde, mordisqueando su oreja – No podrán detenernos.

Él la mira, y en sus ojos azules descubre su firme decisión. Ella solo ve en los de él el apoyo que necesita. Saben que no pueden escapar, y aún así se esconden. Las alas de ambos se cierran mutuamente, arropándolos. Dentro de su capullo se besan apasionadamente. El pecho de ella se enciende. Blanca luz sale de adentro. Una esfera de luz abandona su ser. Del pecho de él negra luz se desprende y una negra esfera se proyecta fuera de su cuerpo. Ambas luces se funden y danzan, se tocan y se alejan, elevándose y ascendiendo y volviéndose a juntar después. Se tornan ambas de un mismo color gris, mientras sus cuerpos beben sus mutuos alientos. Vuelven a sus respectivos dueños. Las luces se apagan, y en su lugar quedan sangrantes heridas. Sus ojos brillan y sus labios ríen. El dolor es insoportable, pero ambos lo disimulan, sus lenguas limpian la hemorragia. Sonríen y se dejan caer al suelo. Disfrutan de los instantes en que se miran a los ojos, hipnotizados por el reflejo de los vitrales de los santos. Ella piensa y derrama una lágrima. Él ve el remordimiento en su mirada, le acaricia el rostro y le limpia el cálido líquido que corre por su mejilla. Mira sus labios, sus pómulos rosados, la besa tiernamente y le da refugio en su hombro. Ella se desahoga:

- Deberíamos de ser enemigos. Míranos, nosotros, aquí. ¿Qué dirían los que nos conocen? - musita, y sus largas alas blancas se abren y se pliegan a su espalda
- Sabes que no somos culpables. No pesa sobre nuestras cabezas que no puedan llevarse bien unos con otros. Nos acusarían de traidores. Nos separarían. A nadie traicionamos. No es nuestra batalla.
- No pueden alejarnos. No si cambiamos. ¿Cambiarías toda tu vida por mí? ¿Dejarías atrás todo en lo que haz creído?
- Tú lo haz hecho ya por mí. Y tu tenías mucho más qué perder. Si haz hecho eso por mí ¿Realmente me amas, pequeña?
- ¿Lo dudas, acaso?- ella levanta una ceja provocativamente. El la emula, sonriendo.
- Quiero oírte decirlo
- Sí, te amo, y como yo, mi amor por ti es puro. ¿Y me amas tú?
- Daría por ti lo que no tenía. Volvería a hundirme en lo más profundo de los infiernos si es que tuviera que seguirte hasta allá.
- Pero ¿me amas? ¿uno como tú puede amar? Mi padre no es el tuyo. Tú no tienes alma, no naciste con ella...
- Y sin embargo, tú has creado en mí una. Algo que va más allá de la pasión, del solo instinto. Pero tú... ¿por qué me has seguido, por qué has cambiado por mí tu Edén?

Ella entonces se puso seria. Se sentó frente al altar y paseó su mirada por la cruz. El solo la miraba, desnuda, bañada por la luz de la luna. Ella, sintiendo la mirada del Cristo, volteó a ver al demonio, y vio el mismo amor y ternura en ambos. Dijo entonces:

- Yo fui hecha por Dios, mi padre, para amar. ¿Es acaso mi culpa amar al que no debo? – Su rostro denuncia turbación, y sus lágrimas escurren por él y ruedan sobre sus blancos pechos, cayendo sobre sus níveas piernas. – El amor es ciego. ¿Por qué me está prohibido amarte? ¿No fue Dios mismo quién dijo: Amad a vuestro prójimo?
- Yo soy creación de los Infiernos, soy cúlmen de los pecados, y aún así, amo. Te amo a ti, y nadie podrá cambiarlo. No puedo explicarlo, pero en tu presencia mis instintos se apaciguan. Si de algo soy culpable, es de amar. Podemos pedir perdón, si lo deseas, por ese delito, pero pecaremos de reincidencia después.

Entonces se abrazan. Los labios se buscan. Las lenguas se tocan y las campanas de la iglesia suenan, marcando las seis. El frío es terrible, pero los cuerpos, unidos, no lo sienten. Así, amándose, rezan silenciosamente el Yo Pecador, al unísono, lentamente, y sus mentes se pierden el la quinta campanada. Nunca llegará la sexta, pues las campanas se congelan siguiendo la voluntad de los cielos, y así los amantes tendrán entre los prójimos labios su paraíso personal. El tiempo se detiene, y el Cristo sonríe siendo el mudo testigo de una verdad simple pero contundente:
LOS OPUESTOS SE ATRAEN.

2 comentarios

clara -

Este pasaje es bellisimo e imaginativo. Unir el bien y el mal de manera tan humana.
Soberbio. Excelente dominio del lenguaje espanol.

clara -

Este pasaje es bellisimo e imaginativo. Que lo inspiro? Unir el bien y el mal en tan humana manera. Soberbio. Excelente dominio del lenguaje.