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Dark Reed

Vale la pena?

Hoy, al llegar a mi casa, me encontré en la puerta al vecino, hablando con unos Testigos de Jeovah.

No sé qué me impulsó a hablarles, a decirles que Dios, si existe, es uno, que no hay más que uno, con diferentes nombres, que si no ha muerto no se ocupa ya de nosotros, que sus creaciones hablan por él, pero que ninguna de ellas expresa sus veraderas palabras. Que la biblia, el corán, el libro del tao, son sólo letras y palabras escritas por aquellos que hablan en nombre de Dios, que no saben lo que Dios piensa o quiere, que sólo se han dedicado (en el mejor de los casos) a escribir un libro con buena voluntad, tratando de ayudar a la gente a vivir mejor.

Que los profetas escriben y dictan las filosofías que ellos consideran mejores para su pueblo, que los líderes religiosos han olvidado o vendido la religión para consagrarse a sus Iglesias, al culto vacío donde han encerrado la idea de un ser superior. Que desde las palabras de Jesús, de Bhudda, de Mahoma, de Zaratustra, ha pasado mucho tiempo, y que sus palabras han sido manipuladas por cientos de personas, que tal vez ya no son las mismas, o que simplemente sus bases principales ya no sirven para los tiempos en que vivimos, tiempos donde no importa el prójimo sino el dinero, donde los medios te venden mujeres como si fueran fruta de temporada, de las que conservamos la cáscara y tiramos el relleno, como flores que hay que reemplazar si se marchitan.

No sé que superior fuerza me llevó a contarles de los hermosos amaneceres, de las cálidas noches que vivo en brazos de una dama a la que no he desposado, a la que amo más que a mi vida, pero que no está legitimada por ningún papel o consagrada en otro altar que el del amor que nos tenemos. De las deliciosas noches de ebriedad y hartazgo que he pasado acompañado de los amigos, de las mujeres que me han dejado nada más que un beso y el recuerdo de sus sonrisas, de las mujercitas, biológicas o artificiales, que se desnudan y se abrazan en todo el mundo, amándose tanto como hombre y mujer.

No sé si fué la fuerza de mi conciencia, de mi hartazgo ante esa sociedad, de la vida que bulle en mí, del amor a la naturaleza, a la pureza de las cosas inocentes, que suceden sin darse cuenta o sin importarles lo que se diga de ellas. O si fue mi lado oscuro, que ama la lascivia, los placeres, la ternura perversa y hermosa que encierran las sonrisas.

No sé qué me impulsó a hablarles. Pero no lo hice. Entré a casa, pensando en esa calidad dual de la esperanza, que puede ser la mayor bendición o maldición del ser humano, eso que les dice a los religiosos, a los que fervientemente creen en lo que hacen, que es lo correcto. Valdrá la pena creerlo?

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