La venganza

El cuerpo y la sangre de Cristo

Que hermoso debe ser salir de una misa católica. Qué bien debe sentirse el saber que se ha comido el cuerpo y la sangre de un profeta, de un hombre que (se dice) vino a salvarnos, de un hombre al que sus antepasados lazaron, crucificaron y desangraron como si de un chivo se tratara, solo por ser diferente a todos los que con él vivían. 

 

 Debe ser hermoso saber que, aún siendo de forma ritual, te comes a alguien que no encaja en al sociedad, y, además, salir de allí convencido  de que fue por voluntad divina, que debía ser así.

 

Claro, la belleza del caso es que nadie puede tolerar al que es diferente. Debemos despedazarlo, ridiculizarlo, descargar la ira que nos causa el saber que no fuimos dotados con su genio, su talento, la filosofía de la vida. Por eso lo devoramos, porque el canibalismo es la ira exaltada, la humillación máxima, el castigo superlativo, la descarga de stress que conlleva el despedazar algo, el sentirlo morir bajo nuestros dientes, y la recompensa de la alimentación. Por eso tragamos a Cristo. Que delicia debe ser el saber que comes su carne lacerada, que bebes esa hostia mojada en la sangre de aquél que tanto odio debió acumular.

Debe ser hermoso. 

Hasta los ángeles merecen una segunda oportunidad

Se ha dicho que, de arrepentirse, el ángel Luzbel (El portador de luz) podría redimirse, pero no los seres que le colaboran. Esto en el supuesto que Luzbel actúa movido por la venganza, porque siente que merece aún un lugar, y que el hecho de estar equivocado al creerse más hermoso que Dios no lo hace merecedor de ser echado del cielo.

Tal vez el castigo de una ¿Vida? de oscuridad eterna ha sido muy duro. Tal vez el padre que aprieta haya comenzado a ahorcarlo, y él no haya hecho otra cosa que intentar liberarse, o tál vez solo vio una imagen distorsionada de sí mismo. No importa como, el arrepentimiento aún puede obrar milagros en él.

Pero ¿y los que, sin otro motivo que la codicia, la ira, la maldad pura, se unieron a él por su voluntad...? ¿Merecen ellos la redención? ¿Preferirá Dios a aquellos como Dimas, que se arrepintió momentos antes de su muerte, o seguirá a aquellos que, como Gestas, permaneció firme en la decisión que había llevado toda su vida?