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Dark Reed

Pájaros en la cabeza

Toda la vida fue Juan un soñador. La vida se le iba en hacer los planos de construcción de sus castillos en el aire.

- ¡No tienes más que pájaros en la cabeza! - decía doña Antonia, su madre, que trabajaba para los dos- Algún día tendremos que irnos a vivir de la beneficencia, con este hijo soñador que el Señor me ha dado.

No es que Juan no ganara dinero. Vendía algunos textos al editor de "El Extra de la tarde", que los incuía en la edición semanal de literatura, siempre que Juan conseguía terminar alguno de los cientos de cuentos en los que siempre estaba trabajando.

El hombre que nació con un corazón que no late, la abuela que le lega a su nieta su gigoló favorito, el robot que navegaba las estrellas a control remoto, el Dios amateur que no consigue un mundo a su gusto... cientos de personajes suspensos en los mundos sin terminar, pasajeros en el ocupado aeropuerto ideológico del escritor. Todos estos personajes se vendían a centavo la palabra, pero los pesos que Juan reunía no se destinaban a la casa. Iban a parar a locos proyectos artísticos, que Juan nunca vendía sino que ejecutaba gratuitamente con el afan de ganar notoriedad.

- Cuando uno es famoso el dinero viene sólo- decía a su madre, quien sólo meneaba la cabeza, como quien sabe que tiene un hijo loco, deseando morirse en un horrible accidente para dejarle al vástago idiota el dinero del seguro de vida. De otro modo, moriría de hambre en un mundo materialista que no aceptaba que le pagaran con ideas y palabras.


Sin embargo, en los últimos meses de su vida Juan se veía cambiado. Seguía escribiendo, pero su carácter, normalmente festivo y ocurrente, había dado la vuelta completamente. Comía poco, pasaba horas sentado frente a su escritorio, regando tinta por las páginas que más tarde vendería. Sin embargo, avanzaba lento, como si la pluma usara zapatos de cemento, pues estaba concentrado en cada ruido.  Se sobresaltaba al escuchar los ruidos en el patio de su casa, se pasaba las noches sin dormir, exigía a su madre una dieta de silencio y dejó de beber café por no soportar el silbido de la cafetera.


Ya con los nervios destrozados, Juan entregó al editor el último rimero de páginas, recibió el cheque y subió al mirador del tercer piso. Luego, saltó.

Hay quien asegura haber visto salir del cuerpo hecho pulpa de Juan un pájaro pequeño y dorado, con un penacho en la cabeza y una larga cola, que se dirigió al Sol dejando un rastro de llamas tras de sí, y se perdió en las alturas. Y entre los restos destrozados del cráneo de Juan, un nido de paja y una sola pluma...

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